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Hablar de salud mental en el trabajo: ¿liberación o riesgo de despido?

Durante años se ha dicho que hablar de nuestros problemas emocionales es una señal de valentía. Pero en el mundo laboral, ese gesto honesto aún puede convertirse en una sentencia silenciosa. Hay trabajadores que, confiando en que su entorno profesional entenderá su diagnóstico de depresión o ansiedad, terminan en la calle. Despedidos. Reemplazados. Marcados como "complicados".

No se habla mucho de eso, pero pasa. En silencio, muchos empleados prefieren callar su malestar, fingir estabilidad y continuar como si nada. No por falta de valor, sino porque saben que abrir la puerta a su salud mental puede cerrarles la puerta de su empleo.

La legislación laboral dominicana prohíbe la discriminación. El Código de Trabajo, en su Principio VII, deja claro que no se puede despedir a alguien por su edad, sexo, opinión o creencia. Sin embargo, la salud mental no se menciona de forma explícita. Esto deja un terreno gris, donde muchos empleadores toman decisiones basadas en miedo, ignorancia o prejuicio.

La constitución Dominicana en su Artículo 39.- Derecho a la igualdad, expone que  Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal.


Imagen generada por IA

En contextos de incertidumbre laboral, como se observó tras la pandemia de COVID-19 en China, la inseguridad en el empleo mostró un impacto positivo y significativo sobre los niveles de depresión y ansiedad entre empleados de diversos sectores, lo que sugiere que el temor a perder el trabajo tras un diagnóstico psicológico puede agravar el malestar mental (Akmal Khudaykulov et al., 2022).

Y ese es el verdadero problema: no es que una persona con depresión, ansiedad u otros diagnósticos psicológicos, solo por mencionar algunas y algunos dirán las manejables, no puedan trabajar, es que no se le da el tiempo, el acompañamiento ni las condiciones para hacerlo con dignidad. En vez de ver a un empleado que está luchando por mantenerse a flote, se ve a alguien "inestable", "poco confiable" o "conflictivo". Y eso duele, porque estigmatiza justo cuando más se necesita apoyo en especial cuando se habla en un ambiente que se considera de entera confianza. 

Los empleadores tienen una gran responsabilidad. No se trata de ser terapeutas ni de tolerar el caos, sino de aplicar el sentido común y la humanidad: escuchar, conversar, adaptar horarios si es posible, valorar el esfuerzo. Un diagnóstico no descalifica a nadie. Lo que descalifica es la falta de empatía en los espacios donde pasamos la mayor parte del día.

Para los trabajadores, el mensaje es claro: hablar sigue siendo un acto de valentía. Pero también hay que conocer los derechos que les competen, buscar ayuda legal si se vulneran y apoyarnos mutuamente. Nadie debería perder su sustento por cuidar su mente. Y nadie debería tener que elegir entre su salud y su trabajo.

Hablemos de esto. No con miedo, sino con urgencia. Porque una cultura laboral que castiga el malestar no es sana para nadie, y porque un ambiente donde se puede hablar con libertad es mucho más productivo que uno donde todos fingimos estar bien.

Este es un tema que hoy en día, a pesar de los avances y el acceso a los servicios médicos, aún es un estigma en la sociedad en que vivimos. Este no es un caso aislado, sino una realidad que muchas personas enfrentan en silencio.

A los empleadores, les corresponde crear entornos laborales donde hablar de salud mental no sea un motivo de miedo, sino una puerta hacia el apoyo y la productividad compartida. A los trabajadores, les corresponde informarse sobre sus derechos y alzar la voz frente a cualquier señal de discriminación. Solo así podremos construir espacios de trabajo más justos, humanos y resilientes.

Por: Juana Katherine Alcántara Comprés
Columna de Opinión | Miradas En La Vida

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